Los vidrios trizados rezongan en la garganta. El vaso
bambolea colgado de la muñeca y sus ojos de paloma vieja no se entregan a la
oscuridad. Flirtea con el líquido cobrizo, deposita el deseo del sorbo en los
cubos de hielo, pero el olor fuerte del whisky barato lo envuelve en una arcada
definitiva que irrumpe entre las fichas y los naipes. Los hombres se apegan a
los respaldos, el tipo se abalanza sin importar y abraza las fichas al tiempo
que el borboteo se detiene en sus labios. Nadie quiere su seña de vuelta. La
bronca de los jugadores no pasa de miradas cómplices en silencio.
Dos hombres morrudos contenidos en trajes señidos lo
toman de las axilas, uno lo suelta, al tiempo que lleva una servilleta a su
boca para frenar el vaho, el otro lo aguarda, mientras el ojos de tortuga
sostiene un puñado de fichas que se le escurren como la cara que se apaga.
El camino es de salida, las
puntas de los zapatos del furcio dejan una huella temporal en la alfombra que
lo despide, como la de los jugadores que se cambian ceremoniosamente de mesa.
El último comentario del suceso, se extingue con el ángulo rojo que deja la
última pitada del cigarrillo del nuevo crupier que llega a la mesa y reparte el
lote de naipes nuevos.
me encanta el estilo Gabriel, hermoso para mi.
ResponderEliminarGracias Claudia por dejar algunos minutos por aquí.
ResponderEliminarQué lindo para un cierre perinolero. Genial Pipo. GENIAL
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